"Te quiero, Covid" | Relato | RqR Escritores


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Alojamiento de lujo, pensión completa, atención clínica, ropa nueva, artículos de aseo, revistas, libros, compresas, tampones, pañuelos, mascarillas, gel hidroalcohólico, metadona, lorazepam y una tarjeta SIM de datos para permanecer conectada a los míos. Todo gratis. Aunque yo no tengo los míos.

Tras el positivo en la prueba PCR las autoridades locales dispusieron que los indigentes sin techo fuésemos trasladados a un hotel de cuatro estrellas medicalizado para que pasáramos aquí una cuarentena digna y no propagásemos los contagios en las calles.

Una furgoneta del servicio municipal de asuntos sociales me trasladó e instaló en la habitación 803 de la octava planta. Es una estancia amplia y luminosa, exterior, con vistas a la calle de Alcalá. Hay poca gente paseando por ella pero me entretiene observar desde estas alturas. Los palacetes y edificios antiguos son majestuosos, nunca me había parado a admirarlos con perspectiva suficiente, solo conocía sus cajeros automáticos de dormir en ellos durante el invierno.

Se deshicieron de mis andrajosas prendas y me facilitaron mudas limpias y muy cómodas donadas por una marca deportiva. Ahora visto como los jugadores del Real Madrid.
Como caliente tres veces al día, una enfermera me toma la temperatura y el pulso con regularidad. Me suministran las pastillas que necesito y un doctor jovencísimo se preocupa por mi salud durante su ronda de consultas.

Me han ofrecido formar parte de un programa de desintoxicación y he aceptado por no hacerles el feo. Los primeros días sin consumir heroína y alcohol fueron duros, el mono cabrón no me dejaba en paz. Poco a poco, me dicen. Saldrás de esta, Maite. No me llamo Maite pero qué más da.

Tengo una cama enorme, queen-size creo, y un cabecero de cuero blanco con tachuelas doradas. En la nevera hay zumos y botellines de agua. Sobre la mesa una fuente con piezas de fruta fresca. Me cuesta hincarles el diente porque apenas me quedan dientes.

El cuarto de baño mide seis metros cuadrados, lo he calculado a ojo, contando mis pasos y multiplicando. El agua de la ducha sale caliente enseguida y la alcachofa tiene cinco posiciones diferentes para graduar el caudal del chorro. Yo suelo elegir el modo lluvia suave.

No recibo llamadas, no hago llamadas. Podría, sí.

Algunas noches enciendo el televisor y veo los canales internacionales. No entiendo ni papa, por eso me gustan. Por las imágenes intuyo que el mundo anda jodido, el mundo siempre anduvo jodido, supongo.

Descanso a ratos, me despierto inquieta de madrugada, la costumbre. Nadie quiere pegarme o mearme o echarme ácido por encima. Sin embargo mi cerebro sigue alerta. Es una faena pero cuando se cumplan los 14 días de confinamiento prescrito necesitaré de ese sistema de alerta permanente por la cuenta que me trae. Así es la vida, la buena dura poco y las vacaciones de la mala todavía menos.

Ayer escribí una postal. No la he enviado aún. Ponía: "Te quiero, Covid. Nadie me ha cuidado tan bien como tú". Firmado: Lourdes.

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