Estimado RqR:
He leído la
entrevista que le hicieron a Markus Gabriel y he aprovechado para leer algo más
del autor y hacerme una leve composición de su pensamiento. Tengo la sensación,
sin pretensión de crítica, que el formato de entrevista periodística no es la
mejor manera de acercarse al pensamiento de filósofo alguno, al menos en ese
formato de entrevista corta y sesgada por el espacio del ejemplo que estamos
manejando. Se aprecia cierto constreñimiento en lo que expone cuando me
atrevería a decir que cada respuesta dada podría haber sido un pequeño ensayo.
Me resulta un tanto inocente
cuando habla de «una venganza china». Desde mi punto de vista China no quiere
venganza, quiere supremacía, y no quiere esta por venganza, solo la quiere
porque su modelo actual económico necesita una expansión que actualmente no es
posible. Ya no quiere ser solo la fábrica del primer mundo, quiere disponer del
mundo para implantar su modelo de acción política y social. Distinto será que
le dejen campar a sus anchas con sus burdas campañas de publicidad solidaria y
demás. Eso ya se verá.
Sí me parece certero, y de esto
ya hablamos en la anterior misiva, cuando diagnostica uno de los principales
problemas que, en mi opinión, tenemos como sociedad. Dice:
“Las ideologías son posibles
porque el ser humano tiene la capacidad de autoengañarse”. A lo que añade: “Nos
auto engañamos para evitar la responsabilidad que se deriva de entender quiénes
somos en realidad” (esto lo he sacado de otros artículos y entrevistas, no de
esa inicial). Aquí valora bien esa idea que comparto de empezar por construir
lo propio para que conecte bien con lo ajeno. Aunque tiene una tendencia a la
‘filosofía geopolítica’, si se me permite el término, y olvida un poco, sin
desmerecer lo que plantea, lo esencial de un aspecto filosófico de la vida más
cercano al detalle de lo personal.
Aun así, esa acertada mirada no
tendrá una clara repercusión social. Poco va a cambiar la situación por la
sencilla razón de que todo está dispuesto en una dirección y esas inercias no
se cambian tan fácilmente. Añadamos a esto una clase política desquiciada,
pervertida, sociópata, pensada para, y pensando más en, aplicar sus miopes
métodos salvadores que en ejercer responsablemente sus mandatos, aislada de la
sociedad a la que deben representar que no salvar. Una sociedad, para abundar
en la desazón, con síndrome de Estocolmo, que defiende las ineptitudes de sus
representantes por comparación, porque en esa comparación se habilitan las
propias ineptitudes, proporcionando un aval para ejercer la estupidez sin miedo
ni pudor a ser más estúpidos que los demás. Como alguien me dijo una vez: «en
la comparación siempre hay alguien que pierde»; basta con que en la comparación
el otro sea más tonto que yo, suficiente.
Pero cómo tener un mínimo de expectativa
ante una política basada en dos patas que habría que cortar por la raíz. Una es
la ideología, su tiranía, su dogma, sustituyendo los dogmas religiosos de
antaño, sin poder diferir, sin salirse del guion marcado salvo que aspires a la
herejía. Cómo pueden, todos, estar acogidos a unas ideas generadas en los
albores de la revolución industrial cuando hoy esa realidad se ha trascendido
tanto que solo queda eso, precisamente, unas ideas que han sido lavadas,
teñidas y tendidas al sol cientos de veces para seguir siendo, en esencia, las
mismas pero más raídas.
Y esa otra pata del estatus, de
querer el poder para mantener el statu
quo de un estamento elitista que, para mantenerlo o recuperarlo lanzan con
falacias infantiles a los desesperados al cuello de quienes siquiera hacen el
intento de alterar ese estatus al que creen tener derecho de nacimiento. Cuán
falsos, cuán innecesarios… Tan dañinos.
Con todo, no me interesa tanto lo
que dice como el porqué lo dice. ¿Por
qué habla de moral? La moral es adaptativa, se hace con el corpus de una idea y
se modula para servir al ensanchamiento y expansión de esa idea, sea cual sea
la idea. ¿Qué ocurre para que un filósofo no hable de Ética? Donde la Ética es
una herramienta bien definida y tasada, apoyada quizá en una forma de moral,
sí, pero que trasciende a esa moral tan cambiante y maleable. ¡Hablemos de
Ética, joder! Quiero decir: mejor sería que hablase de Ética y no de moral
–¿qué moral?–, pues la moral la tendría que explicar y la Ética explicada está.
Independientemente de todo lo
anterior, sí me gustaría traer aquí un par de proposiciones que considero,
cuando menos, merecen una reflexión:
La primera es la utilidad del
filósofo (no hablo de Gabriel, sino del concepto). Entiendo la filosofía como
una vía para el propio entendimiento, lo que habita en la mente y en el resto
del ser. Es la herramienta del esclarecimiento interno para acercarse en algo a
ese entendimiento de lo externo, de lo que acontece, de la construcción verbal
y social que observamos ahí afuera. Siendo así, por qué abunda en un modelo
social estructurado y obvia la construcción interna del individuo cuando esta
es, a mi entender, imprescindible para poder darle consistencia a la primera.
La otra proposición va en el
sentido de ignorar, o de por qué se ignora, las motivaciones personales y sus
implicaciones sociales (otra vez de dentro hacia afuera). Esto viene de una
idea que no es mía y he leído en alguna parte: por qué no es capaz el filósofo
(insisto en que no personalizo) de entender que esta es una crisis de
prioridades, de opciones, por qué no puede ver, o por qué viéndolo no lo
expone, que esta crisis ha sido una determinación para proteger a la población
más expuesta y vulnerable ante la embestida del virus. Porque, siendo así, entiendo
que como sociedad no estamos perdidos del todo. Entiendo que, siendo así, hay
una base decente sobre la que re-construir.
Había dicho dos proposiciones
pero aquí va una tercera. Cómo puede establecerse el diseño de una sociedad
desde una única mirada. Cómo de arrogantes podemos llegar a ser si creemos que
algo tan complejo, vasto, interconectado, tan incidente (que repercute), de tan
amplio espectro puede idearse y construirse desde una única mirada, desde una
única disciplina, desde una única mente, por muy brillante y formada que esa
mente pueda ser. Me parece imprescindible la participación de la filosofía en
la construcción de la sociedad, es más, es probable que esta decadencia tenga
mucho que ver con el ostracismo al que se está llevando la filosofía pero, de
ahí a pretender ser lo único que intervenga, me parece que es estar un tanto
apartado de esa realidad que se pretende intervenir.
Acabo ya, que ya está bien. Y le
tengo que pedir disculpas porque en esta misiva el humor no ha aparecido. Esta
situación me produce más tristeza que ira y al humor –su exposición que no su
sentido, pues este nunca se pierde si lo has tenido– le cuesta mostrarse ante
la prevalencia de esos dos monstruos. Y ya me gustaría tener un poco más de
ira, y mucho más de humor, pues para hablar en estos días de política, de
filosofía y de realidad se necesita un
poco de ambos y muy poco de la anterior. Nada de tristeza, más humor y menos
ira, así debería de ser.
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