Especulación y frustración. Y algo de paz | Ensayo | Quóronter
Escribir en Twitter conlleva el coste de que te repliquen, discrepen, les parezca mal lo que has escrito o, ¡qué necesidad!, te pregunten. Cierto es que tiendo a la distancia y escribo poco y con tendencia a la abstracción en un sentido amplio. Esto hace que, sin que suene a menosprecio a quien se acerca a alguno de mis tuits, no me afecte especialmente lo que sea que replique o discrepe o le parezca mal lo que haya escrito, sencillamente, lo dejo estar. Pero, de vez en cuando surge alguien que te pone en un compromiso con una pregunta sencilla e inesperada, aunque del todo pertinente y, precisamente por pertinente, hace que esas mis reglas no escritas pero sí bien definidas se aparquen por un instante:
La pregunta fue radical (maldita @VersusBee): «¿Por qué?».
¿A cuál de ellos se referirá?, pensé. Tuve que pedir una aclaración de a qué ‘por qué’ se refería, dando el tuit para varios de ellos. La aclaración a mi pregunta fue otra pregunta, claro, tres, para colmo: «¿Por qué el terreno especulativo o sinsentido ha de ir ligado al de la frustración? ¿Por qué el intento de paz no es viable fuera del reducto? ¿Cómo evitar observar más allá?». Esto me dejó aún más desorientado; supongo que por inesperado, por pertinente y porque, quiero recordar, ya se había presentado el cansancio acumulado del día y mi inoperancia, por imperativo de ese tirano que de voluntades no entiende más que de las suyas propias, estaba tomando el control. No obstante aún me dio la energía disponible para poder discernir mínimamente y, en mi respuesta, dije que eso daría para una larga parrafada, cosa que Twitter, afortunadamente, no facilita. Pero heme aquí con este mal hábito: el de rumiar todo aquello que me pone en tesitura, el de barruntar todo eso que me pone en la duda o me obliga a un esclarecimiento más o menos oportuno. Y queda ahí, en segundo plano, dando tumbos, revolviéndose, hilvanando (cuánto me gusta esta palabra), haciendo daño, hasta que soy capaz de, mejor o peor o, peor que mejor, plasmarlo.
Tiendo a escribir sin demasiados miramientos, suelo escribir casi de golpe y sin demasiado cuidado, luego observo si lo escrito es correcto, si tiene coherencia, si tiene sentido o si es una estupidez. Constato que casi siempre escribo estupideces pero, casi siempre también, suelen tener algún sentido. «Perplejidades» dije. «Cada cual afronta sus perplejidades como mejor puede». Y me pareció tan acertada la palabra que volví a caer en perplejidad por la fortuna obtenida.
(Un paréntesis largo: escribo para concluir, no escribo a modo de exhibición, aunque esto es un contrasentido pues exhibiéndose está, pero mi primera y última intención en la escritura es la aclaración, la fijación del pensamiento, la conclusión de la idea y su posterior descarte, para poder así abandonar ese hábito antes mencionado, el de rumiar pensamientos, para así dejar que la mente descanse, abandonar el barrunto y poder dedicarme a lo que más aprecio y busco: no hacer nada, no pensar en nada, la ausencia del mundo y de uno mismo. Y he descubierto que encontrar las palabas adecuadas es la mejor herramienta que existe para logar ese objetivo que acabo de confesar. De ahí mi alegría al ver cómo surgía esa palabra que definía tan bien aquello de lo que estaba hablando y de cómo esa palabra me ha puesto en la senda de poder concluir el pensamiento asociado a todo esto).
Pero cuánto he sido capaz de desviarme de mi intención principal, quizá me he explayado tanto en algo tan nimio con la esperanza de que nadie llegue hasta aquí y todo lo que tengo que decir se quede en el limbo que ocupa ese espacio que hay entre este teclado y esa especie de hoja de papel que simula el simulador que usamos para esto de escribir.
El terreno especulativo va asociado a la frustración –¡madre mía, qué pregunta!– porque lo especulativo no existe, lo especulativo es una concatenación de sospechas, de prejuicios, de ansiedades y de deseos que conducen a una irrealidad de la cual resulta una incapacidad. Una irrealidad convertida en realidad propia, con estructura de realidad, con sentido de realidad, con marchamo y sello de entidad y solidez cuando, a poco que se analice, no es más que una construcción endeble y alejada de cualquier consistencia. Si de esto resulta una incapacidad es muy probable que de esa incapacidad resulte una frustración, pues qué mal soporta nuestro intelecto que le evidencien la inconsistencia de sus creaciones y, dado que nos soportamos sobre ese intelecto, y dado que le damos una vasta importancia, cuando todo el proceso especulativo se topa contra el muro de lo tangible, de lo posible, de lo que somos capaces de llegar a hacer para que esa especulación se transforme, cuando eso ocurre, cuando constatamos endeblez, incapacidad, inconsistencia, torpeza, cobardía, falta de recursos, de todos los recursos que se requieran, y el resultado se aleja de aquella original y extraordinaria idea especulada, tan bien llevada en su ideal, tan perfecta, la única posibilidad que queda, a donde únicamente puedes llegar, es al estanco de la frustración.
De ahí, y como consecuencia de todo esto, apartarse de esa senda especulativa, retirarse a nuestro reducto, abandonarse, abandonar la idea de lo ideal, se convierte –al menos a mí, que carezco de otros recursos para afrontar estas mis perplejidades– en la única vía en la que se puede recuperar algo de cordura y algo de paz. Solo en lo que soy capaz de abordar con cierta diligencia, con algo de determinación –la determinación proviene de un reconocimiento casi explícito que te otorga la capacidad potencial, aquella que sabemos cierta–; solo en esto puedo encontrarme, puedo alejar la frustración, puedo entender la dimensión de lo que soy, al menos en este plano de realidad, y recuperar la cordura –me repito en esto– que supone saber dónde estás y hasta dónde puedes abarcar, que no necesariamente llegar.
Quizá esto que voy a decir debería haberlo dicho al principio, algo que ya dije en alguna de esas réplicas: no pontifico. No doy por hecho que esto deba de ser verdad, doy por hecho que esta es la constatación personal que hago frente a lo especulativo y hacia dónde me ha llevado y me lleva cada vez que entro en ella (la especulación) y la dejo crear y generar estructuras. Con la experiencia lo único que he sido capaz de aprender es a saber detectar, en alguna de las fases del proceso, que estoy inmerso en ese proceso y, llegado ese punto, soy capaz de apreciar cómo se va diluyendo y abandono, o lo dejo estar pero ya sin entidad, con la certeza de que acabo de vencer a un temible enemigo. Reconozco que a veces continúo el proceso de la especulación pero el hecho de hacerlo consciente lo vuelve manso, dócil, un juego deductivo más que un hecho consistente o cierto. Y ahí ya ha dejado de generar frustración. Y en su abandono o en su fluir sin entidad vuelve el intento de paz, que no su consecución. De paz, digo.
Cada frustración conlleva y genera su propia locura, su propia perplejidad. Y de perplejidades tenemos la vida llena.
__________
Quóronter