El enésimo cambio a igual | Epistolario | Quóronter vs. Titulcio


RqR Escritores Blog: Epistolario
Estimado Quóronter:

Tras leer detenidamente el artículo que me recomendó (“La emergencia viral y el mundo de mañana”, por Byung-Chul Han) no he podido evitar apostillar y crucificar desde mi arrogante ignorancia al autor del mismo y he aquí los clavos y las postillas para que sea usted, desde la sensata sabiduría, el que se los saque o se las remate.

Hay en ese texto referido varios análisis muy certeros con los que coincidir amablemente y sin embargo me llama la atención que omita voluntariamente uno: el del papel de la sanidad pública (su estructura, tamaño, financiación, blindaje legal, arma política, objeto de negocio, chantaje electoralista, etc.) y que las conclusiones finales las dibuje tan superficiales, tan de trazo grueso, incluso obvias: salvemos el planeta, seamos buenos, no al turismo masivo...


¿Qué necesidad tenía este reputado y occidentalizado filósofo oriental de enarbolar tamañas consignas de pancarta al final de su exposición? ¿Pretende esquivar elegantemente lo esencial, lo que anuncia esta pandemia? Probemos por ahí, sin decoro ni vergüenza: ¿qué velan esas cortinas de humo tan finamente colgadas, sin arrugas?

Por un lado, hace siglos que llevan dando por muerta a la Vieja Europa (como a la novela) y en fin, aquí no comemos murciélagos ni usamos los cuernos de animales salvajes para elaborar medicamentos tradicionales homeopáticos, eso ocurre, vaya por dios, en la digitalizada, eficaz, eficiente y dictatorial-represiva China.

Sin matices, el debate se torna maniqueo. No se trata de elegir entre un modelo u otro, no al menos como si fueran bloques diferenciados e indisolubles. Hay muchas ramificaciones e interconexiones entre ambos, muchas vías de ida y vuelta, buenas, malas, regulares, asumibles, impúdicas e invisibles/ocultas (nadie las reconoce pero ahí están: las externalizaciones, la sobreexplotación de los recursos naturales, el esclavismo en diferido promovido y sustentado por supuestos rivales, supuestos compinches).

Por otro lado, asumamos como certeza -resignados y vencidos- que el capitalismo nunca pierde (ya en su fase embrionaria allá por la prehistoria demostró vitalidad y cuerda para rato –la acumulación de capital y las codicias asociadas a esta son inventos bastante anteriores a los fisiócratas del laissez faire, laissez passer). O fagocita a su enemigo o se adapta para frustrar su ataque. Y muchas veces –si no siempre- es el mismo capitalismo el que crea, alumbra y alimenta a su enemigo o antagonista por puro interés maquiavélico, porque un contrario malísimo y cruel justifica todos los desmanes propios.

Las bolsas de valores suben y bajan al margen de la realidad, de nuestra prosaica realidad cotidiana. Lo que se ha perdido en estas semanas se recuperará con creces en los próximos meses o años. Están vendiendo ahora acciones a mansalva para abaratar el precio de compra de lo que en el medio plazo subirá como la espuma, mera especulación oportunista. A Wall Street y a Pekín les dan igual los coronavirus, los coronabonos o las hipotecas subprime de 2008; se benefician de su irrupción si es que no son obras suyas, inoculadas para purgarse primero y sacar tajada después. Casi toda la deuda pública que sufragará el déficit público de los países más afectados (todos, tal y como avanza la pandemia) terminará en manos privadas apátridas o en fondos soberanos de dudosa catadura democrática y moral, es decir, esas manos serán aún más dueñas de las naciones endeudadas y las forzarán a aplicar políticas afines de corte liberal. Insisto, el capitalismo siempre gana, incluso cuando pierde. Es el verdadero Leviatán (y no los estados ni las aparatosas burocracias).

Habrá que leer muchos textos como este, con igual o distinto sesgo, para formarse una opinión sólida y rigurosa. Pero sobre todo, nos falta la perspectiva que otorga el tiempo y la ausencia de "pasiones y partidismos" intelectuales. Esta crisis solo la entenderemos dentro de 25 o 50 años. Quienes aún lean y no hayan perdido la curiosidad por entonces.

Porque dicha crisis esconde lo mismo que todas las grandes fisuras y guerras a lo largo de la historia: un cambio de ciclo, el tránsito de un imperio en decadencia a otro en ascenso (siguiendo la dirección del sol, por cierto). Y esas transiciones, por definición, son siempre traumáticas para la humanidad y en especial para los súbditos del titán que perece.

"Todo cambiará para que todo siga igual".

China será el nuevo Imperio Americano, el nuevo Imperio Británico, el nuevo Imperio francés, español, otomano, persa, romano, egipcio... Las transiciones son jodidas pero después de digerirlas y enterrar a los finados suelen "imponerse o concederse" periodos plácidos y boyantes si juegas en el equipo del ganador, del laureado, del ungido. Si el azar biológico te coloca ahí vivirás bien, o al menos vivirás. En caso contrario serás como los africanos en cualquier periodo, carne de cañón.

Pero si ya estás viejo para estas mudanzas, sugiere a tus hijos que se adapten cuanto antes a los dictados del Nuevo Imperio Chino y así tus nietos quizá gocen de paz y prosperidad, controlados y comercializados. Eso es el Big Data. La acumulación de datos, la acumulación de capital. ¡Vaya, qué casualidad! Otra vez aparece por aquí nuestro amiguito.

Reino Unido y su Commonwealth fenecieron como paladines globales primero en 1947 y luego en 1973. Queda su cadáver removiéndose en la tumba y su hijo, EE.UU., defendiéndose como gato panzarriba para no ceder aún el testigo. Les toca a China y sus satélites la gobernanza mundial por designación divina –el dedo contable de dios-, da igual lo que hagamos, persistamos o muramos, de virus o de asco.

Entonces, ¿cómo agradar a los nuevos dueños asiáticos? Me temo que ellos no quieren amigos ni exportar valores universales, solo clientes o súbditos. No pierden el tiempo en gilipolleces sentimentales, derechos civiles o libertades individuales. “¡Es la economía, idiota!”.

Bienvenidos al enésimo cambio a igual, dejen hacer, dejen pasar.
Afectuosamente.

Titulcio
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Estimado Titulcio:

Estoy tan de acuerdo con lo que plasma en su escrito que esta amistosa réplica podría saldarse con un sencillo «Pero diferente, incluso peor» a esa idea suya que incluye en su misiva: «Todo cambiará para que todo siga igual».

Pero dado que me pongo a escribir, entremos en algunos aspectos que expone y veamos si desde este espacio hay una posibilidad de aportar algo que merezca consideración.

Antes de nada quisiera dejar aquí un pensamiento: absolutamente nada es comparable al dolor que están soportando los enfermos y los familiares que no pueden estar junto a ellos. Ni siquiera en ese trance definitivo y único de la vida que es la muerte. Todas las consideraciones que hacemos sobrevuelan el aspecto más importante y delicado de todo este horror: la consideración humana en su estado más íntimo, crudo y doloroso.

Dicho esto, comienza usted advirtiendo la omisión voluntaria sobre el papel de la sanidad pública en esta crisis. Torpe y cegato sería y estaría si no reconociera que esto es, en su origen y más evidente consecuencia, una crisis sanitaria. Pero entiendo, y esto no es más que una opinión, que el artículo tiene una clara tendencia hacia dos vertientes más concretas: la manera o estrategia que políticamente se optado en Asia y en Europa, sus diferencias más explícitas, (yo añadiría la tercera vía por la que han optado algunos estados nórdicos, pero no me desviaré del tema) y qué posibles causas sociales, culturales y colectivas les ha llevado a reaccionar (no a actuar, que hubiese sido más deseable) así. Obvia, sí, aunque desconozco su intención, el impacto que sobre el sistema público de salud europeo está teniendo esta pandemia y el manejo que de la misma se está haciendo por parte de este sistema.

Siendo así, no yerra usted al señalar la tendencia maniquea del propio artículo y la ausencia de matices que aportarían un debate más amplio, reflexivo e interesante, tal y como pide Han al final de su artículo. Pero esto es debido, creo, al formato del texto y a la pretensión de llegar a un número amplio de lectores independientemente de su formación, cultura o posicionamiento político. Y digo esto porque Byung-Chul Han tiende a la minuciosidad en sus ensayos, incluso al retorcimiento de la idea, al menos en los que yo he leído.

Pero esto son consideraciones más o menos intrascendente que demasiado me he extendido en ellas. Byung-Chul Han contrapone dos formas de abordar un mismo problema y cómo la eficacia asiática, una evidencia, puede suponer una tentación de las estructuras políticas europeas para importar el formato social que allí está establecido. El capitalismo, y cualquier sistema que se precie de serlo –sistema, digo–, chorrea el colmillo ante la posibilidad de que haya un mercado radicalmente abierto dominado por un gobierno radicalmente férreo y dictatorial. La democracia occidental actual carece de la convicción que ostentaban en la Grecia clásica, que blandían la belleza, entendida esta como una forma de la bondad, del Bien, sustentada en la responsabilidad individual que esa democracia conllevaba y, por ende, en su manifestación social y colectiva. Toda democracia actual supura por su lado más tirano, el de querer dominar a la población y querer una linealidad manejable, fácil, dócil y dispersa.

Y creo que es ahí donde Han quiere hacer más hincapié aunque haya tardado 5 párrafos (es un decir, no los he contado) en exponerlo, y es ahí, digo, porque es en esto donde mejor maneja su talento y en lo que a mí más me ha calado:

«Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación».

«Pero hay otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la digitalización. La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa».

«La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente».

En la perniciosa infantilización de la sociedad; en esta apología de una infancia idílica e imaginada y nostálgica, no de la etapa física de la vida misma sino de la infantilización del individuo y su consiguiente e inevitable infantilización colectiva. Apología de la irresponsabilidad. Infantilizada la sociedad y el individuo, ¿quién asumirá esa responsabilidad que revolotea por el aire –porque siempre está– a la espera de ser asumida por alguien con cierta entereza, madurez, determinación y sí, cierta abnegación, incluso resignación? Y es que la responsabilidad conlleva pagos y renuncias a los que cada vez menos parecen estar en disposición de afrontar.

El otro día, en Twitter, leí esto (se me disculpe por no recordar su autoría):

«La culpa es de los mentecatos del niño interior. Yo lo tengo clarísimo. Y ahora os dejo que voy a hacer las camas».

(Que no se me disculpe, que ya sé quién fue: @LaSantosAs)

Mi comentario fue el siguiente: «No bromeo si digo que en este tuit está concentrada la esencia del problema y la propia solución».

El problema: la incapacidad –y podríamos hablar otro día de si inducida e interesada o no– de asumir responsabilidades por falta de madurez individual; “…los mentecatos del niño interior”. Y su solución: asumo la parte que me corresponde de esa responsabilidad individual que redunda en lo colectivo, asumo mi propia responsabilidad vital y no la descargo sobre persona o ente alguno; “…voy a hacer las camas”. Y podría parecer esto una simplificación de algo tan complejo, pero no lo es, es esclarecedor por precisamente gráfico y sencillo.

Otro día, si le place, podemos hablar del señalamiento de las hordas ante lo que estiman –subjetivamente claro, pero ellos parecen no saberlo– comportamientos inadecuados.

Termino con esto de Margarit:
«Se pagan caros los intentos de destruir el dolor porque también está el amor ahí. La inteligencia es salvarlo todo».

Tenga salud y larga vida.


Quóronter