Muertes súbitas | Relato | RqR Escritores
Durante la enésima crisis económica global acaecida en el año 2028 –que poco después bautizaron sin eufemismo alguno como la del “Saldo cero”- desaparecieron de un plumazo digital todos los activos financieros, ahorros, deudas e inversiones de particulares, empresas y países. Nos quedamos en cuestión de segundos con lo puesto en el sentido más literal de la expresión. Nuestro patrimonio se redujo en ese momento a la calderilla que llevábamos en los bolsillos y a lo escondido bajo los colchones. Ni más, ni menos. Una vuelta forzosa a la prehistoria analógica para la que no estábamos preparados ni entrenados ni siquiera habíamos calentado. Nos tocó, pues, estirar. Algunos, si no muchos, hasta romperse. Las pachangas de los domingos pasaron a llamarse “muertes súbitas”. En versión extrema.
Los deportes federados, los equipos de aficionados y profesionales en todas las categorías y competiciones, las grandes ligas nacionales y continentales, los espectáculos de masas que estos atletas patrocinados solían promover como entretenimiento popular y boyante negocio se suspendieron en cuanto el riego de dinero se cortó y los jugadores, agentes, entrenadores, empleados, directivos y árbitros se quedaron a dos velas, sin equipamiento, material, utilería, seguridad privada, agua caliente en las duchas, contratos de esponsorización, quinielas, entrevistas en radios y televisiones, público jaleándoles y macarrones que comer.
Aquello de “lo importante es participar” dejó de ser importante en ese mismo instante, y el espíritu competitivo, la nobleza del deporte, el sudar la camiseta, darlo todo por un escudo, disfrutar en el terreno de juego, la satisfacción por derrotar al adversario, el saber perder y el saber ganar pasaron a un segundo, tercer y cuarto plano hasta el punto de que las canchas, los descomunales estadios, los polideportivos, los velódromos, las piscinas olímpicas, las pistas sintéticas y los gimnasios se transformaron en huertos e improvisados albergues donde igual pastaban vacas que personas desahuciadas.
Las estrellas de relumbrón huyeron en sus aviones privados, coches de lujo o yates fueraborda mientras aún era posible adquirir combustible y disponer de tripulación y séquito. Se refugiaron en sus islas particulares o en los paraísos fiscales cerca de sus ahorros con la vana pretensión de recuperarlos y seguir pegándose la gran vida. No hace mucho, varios testigos afirmaron ver a Lionel Messi malvendiendo sus cinco balones de oro para conseguir leche con la que alimentar a sus descendientes, padres, hermanos, primos, amigos y lameculos.
Las instalaciones privadas que no fueron ocupadas y reutilizadas en un primer momento, se cerraron a cal y canto para preservarlas de la destrucción y el pillaje, aunque no tardaron demasiado los salteadores en acceder a ellas sin oposición y arramplar con los gloriosos trofeos conquistados, equipamientos, material médico, ropa, asientos, césped, parqué, tatamis, lonas, videomarcadores, utillaje abandonado, barras de bar, taburetes, cristalería, botellas, inodoros, tuberías, grifería, azulejos, baldosas, puertas, tornillos, bisagras, perchas, vigas, maderas, fotografías enmarcadas, mancuernas, gomas, redes, alimentos precongelados en descomposición o moquetas. Cualquier objeto susceptible de ser reciclado, vendido, intercambiado y valorado en el mercado negro o por un coleccionista todavía pudiente desapareció sin que el fetichismo, la idolatría o el respeto pudieran remediarlo. Más alto, más lejos, más fuerte, más leña para la fogata, más armas para defenderse, más horas antes de morir. El lema que inspiró la excelencia y el afán de superación aplicado al ejercicio más extremo: llegar a mañana.
Entonces, ¿alguien mantiene todavía el cuerpo sano en una mente insana? Sí, o algo parecido. Los chavales, ajenos en cierta medida a las ruindades, siguen jugando -¡jugando, quién se acuerda de esa actitud!- en la calle, en los descampados, en los patios de luces, con pelotas de trapo, palos, neumáticos, huesos humanos, cráneos de animales y piedras que vuelan también más alto, más fuerte, más lejos hasta acertar en el ojo del rival. Y luego piden perdón y reanudan la partida y construyen el mismo, exactamente el mismo, futuro que les habíamos robado.
—Sacas tú.
Y ese imperativo vale para cualquiera de las nuevas disciplinas:
Naufragar
En océanos, mares, lagos, ríos y charcos de ciudad. A vela, a remo, a brazadas, abrazados. En pos de un mundo mejor, en medio de un mundo peor. Con viento a favor, con aires de superioridad, con veinte nudos en la garganta, a babor, a estribor, a la desesperada. Sin chaleco salvavidas, sin chaleco. Sin vida.
Caída libre
Desde el balcón, desde la azotea, desde la ilusión, desde la utopía. Bocabajo, con los brazos en cruz, con los bolsillos llenos de miseria para caer antes, para caer mejor. Desde los ideales, desde ayer por la mañana, con los párpados cerrados, con la velocidad de crucero recomendada, bajo las estrellas, contra el suelo.
Lucha obligatoria
Para entrar en calor, para defender el fuerte, para defenderse del más fuerte. Cuerpo a cuerpo, costilla a costilla, cansancio contra penuria, el enmascarado contra el demacrado, no vale hacer trampas, devuélvele esa rodilla, ríndete o tendrás que vivir otro día.
10.000 kilómetros marcha descalzo
Hasta que lleguemos allí, a cualquier allí. En son de paz, huyendo hacia la guerra. A paso firme, al trote, sin levantar polvo, mordiendo el polvo, sin retar al paisaje, sin beber, sin comer, sin piernas, sin zapatos. Sin camino.
Alzamiento de bienes
Bíceps y tríceps en tensión, sofás cargados al hombro, neveras sobre la espalda, veinte kilos de recuerdos en cada palma. Abdominales esculpidos, pectorales definidos, glúteos tonificados, gemelos de hierro, muslos de acero, cuello de cemento, en el siguiente edificio que desvalijes te coronarás como Míster Diógenes del Universo.
Caza con tirachinas
Donde pongo el ojo pongo la desesperación, esa rata era mía, yo la disparé primero, afina tu puntería, practica con las latas vacías de sardinas. Fina artillería para cobrarse las piezas esquivas, cantos rodados para matar moscas a cañonazos, ciento y un pájaros volando y ninguno en la mano. Más vale que no se lo digas a tu familia.
___________
RqR Escritores