Que dios se perdone si puede | Relato | RqR Escritores


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Confirmaron por megafonía que nuestro vuelo se retrasaba indefinidamente a causa de un temporal de grado casi apocalíptico que afectaba a toda la costa este del país. Esa adversidad impedía que la compañía pudiera recolocarnos en aparatos de otras pues aquellos se encontraban igual de parados a la espera de que las condiciones climatológicas permitieran los despegues y las autoridades aeroportuarias reorganizasen el caos que se había formado en las ya por costumbre atestadas instalaciones. 

La constatación en sí misma llegó tarde y nada nos aclaró, llevábamos por entonces más de quince horas de brazos cruzados, sin información de algún tipo, aguardando a que nos embarcasen o nos mandaran a un hotel o se cayese el cielo sobre nosotros. Nadie tenía la culpa de los caprichos naturales y por tanto nadie se hacía responsable de los pasajeros en tierra. 

Los que decidieran regresar a la ciudad lo harían por su cuenta y riesgo, como mucho se les avisaría por correo electrónico o SMS de la fecha estimada de partida cuando hubiera una fecha estimada de partida. Para los que preferimos permanecer en la terminal con tan solo el equipaje de mano (las maletas sí habían sido trasladadas a las bodegas de carga al principio de esta odisea mundana) las opciones pasaban por rezar o refugiarnos en los bares y cafeterías hasta que el dichoso temporal amainase o el dinero se nos acabase. 

Mi hijo de cuatro años, aburrido, cansado, hambriento e intratable con razón, amenazaba con montar una escandalera de cuidado si no lo remediábamos con algún truco que manase de nuestro aburrimiento, cansancio, hambre y cólera contenida. En caso contrario más que remediarlo nos contagiaríamos y saldríamos en las noticias del telediario, arrestados por la policía de aduanas y gritando sandeces en varios idiomas. Una promoción viral que nuestra discreta familia no se merecía. 

Fue mi mujer la que propuso una solución soltándome el muerto encima con sutil tacticismo. “Escribe un cuento para el crío y que después se entretenga dibujando los personajes y los paisajes”.

El crío se entusiasmó enseguida y la cara de póquer de mi pareja hizo el resto. Me habían metido ambos en una encerrona sin darme oportunidad de contraofertar o excusarme. Inventarme una historia era lo último que me apetecía en ese instante y hacerlo además bajo la atenta mirada del único lector, crítico e ilustrador no contribuyó a animarme. Qué demonios le contaría a la fiera para aplacarla, de dónde me vendría la inspiración. Del temporal casi apocalíptico, claro.

Saqué el ordenador portátil de la mochila, lo enchufé a la red y comencé a teclear mientras mi mujer iba a comprar bocadillos y refrescos con la satisfacción del trabajo bien hecho. Su parte del trabajo, me refiero. El título me vino a la mente rápido. Lo que seguía también.

Estimada agente literaria:

Nadie nos ha presentado siquiera virtualmente y tampoco nos conocemos en persona, no hemos coincidido -al menos conscientemente- en nuestros respectivos círculos profesionales y eso que algunos de estos se rozan. Inauguramos, pues, con esta carta afectuosa y honesta nuestra productiva relación. Esa circunstancia bien justifica un hola: Hola.

Sin embargo, usted ya me ha leído -bastante, me atrevo a asegurar-. Se lo explico: desde hace más de diez años trabajo como negro literario, por encargo siempre, y varios de mis clientes lo son también suyos. ¿Qué casualidad, verdad? Ninguna, de hecho. Por lo que me han señalado es usted eficaz y eficiente en su mundillo de cigarras. Tiene preciados contactos entre los editores y chalanea con pericia los contratos de publicación y las cesiones de derechos. Al fin y al cabo de ese pellizco saca su tajada, normal que se afane para ganarse el pan. Mi enhorabuena.

Algunos de "mis" textos que le han llegado eran auténticas mierdas, sin valor cultural alguno, meras copias de otras copias que habían funcionado con anterioridad en el mercado editorial.

No obstante, me consta que usted los elogió incluso de forma desmedida porque iban firmados por los presuntos autores, gente conocida, mediática, con gran repercusión pública. O por viejas glorias del oficio con la baba caída entre los labios. Con el marketing ya asfaltado y la campaña prefabricada, por resumir y para entendernos.

No tardaron mucho estas bazofias en ser colocadas, distribuidas y comercializadas. "Con buena picha bien se folla" reza el refrán castellano. Disculpe este lapso soez. Casi todas, retomo el hilo de las alabanzas, llegaron y atravesaron el túnel del éxito. Cuantiosas ventas y críticas fetén desde los altares afines. El pack completo. Mis felicitaciones otra vez.

Con los premios se maneja igualmente, tres de los grandes, renombrados y consagrados recuerdo ahora mismo que consiguió para nuestros clientes comunes en connivencia con las entidades promotoras de los mismos. Tres, no está nada mal. ¿De esos ingresos también se lleva un porcentaje? Sería lo justo, poco que objetar. Si medra y amaña, caramelito al banco.

El caso es que todo este ejemplar desempeño me ha animado a presentarle un manuscrito firmado por mí, sin seudónimo ni escudo protector. Salgo por fin de las sombras y es a usted a la primera que le enseño mi cola de diablo. Solo la de diablo, no se apure.

Y no, no permitiré que meta mano en el relato. No atenderé ni introduciré sus manidas sugerencias -estoy al tanto de cada una- ni sus truquitos de costurera para atrapar al lector. Si posee veleidades creativas escriba su propio libro o contrate a un profesional como yo para que lo haga (cobro por adelantado, para su información).

No moveré una puta coma -disculpe de nuevo la vulgaridad- ni mataré a ese personaje ni cambiaré los diálogos de aquel otro para contentar a tal segmento de la población que compra mucho o reivindica más aún en las redes sociales. Las frases se quedan como están, los puntos de giro giran tal cuales, el final es intocable, así como el tono, el estilo, el léxico, la sintaxis, la semántica, el contexto y el tempo narrativo. Por no hablar del tema elegido o del lema que sintetiza este. Ya verá qué pelotazo, estimada agente literaria.

No se trata de soberbia ni orgullo, no es venganza ni reproche ni resentimiento, en realidad le estoy ahorrando mucha faena, no es necesario que me lo agradezca, ya recibirá el cheque con lo que le corresponda.

Y sí, la obra rebosa calidad, demasiada calidad para lo que triunfa en estos días. Posiblemente ni le guste ni la entienda, razón de más para que se limite a ojearla (o si prefiere tan solo hojearla, antes terminamos con ese engorroso trámite) y comience a ponerle precio en los despachos que frecuenta. En ese negociado no me meto porque ya suficientes culos he lamido en mi vida para comer caliente. Esa es su pecera y confío en sus branquias. Haga que el pez chico se trague al gordo y de paso sáquele una talegada. A los tontos les atrae la idea de pagar por sufrir, aprovéchese.

Puede quedarse tranquila en lo que respecta a sus honorarios. Seré generoso y compresivo. Es usted un parásito y mientras que ambos lo tengamos claro nos irá bien.

Ah, se me olvidaba, la novela de marras -sí, es una novela- se titula "Que dios se perdone si puede". Y usted también, si puede.

Ha sido un placer dirigirle estas palabras. Quedo a la espera de sus gratas noticias.

Hasta entonces, un cordial saludo.


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Ni me molesté en revisarlo. Surgió del tirón y quise que conservase esa frescura. Lo leí en alto para mi reducida audiencia, el chaval se lo pasó pipa señalando los tacos y repitiéndolos a voz en grito con impunidad. A mi mujer no le hizo tanta gracia aunque contuvo la reprimenda a sabiendas de que le estaba devolviendo la pelota a su tejado, de que ella había disparado primero en esta batallita y sobre todo, de que el deshago me había venido de perlas. Se lo agradecí, por la complicidad y la paciencia.

—¿Se lo enviarás?—me preguntó.

—Ya veremos.

Conseguimos lápices y cuartillas para el mocoso. Antes de finalizar su garabato se durmió sobre mis piernas extendidas en el suelo. Lo tapamos con un abrigo y tratamos de imitarlo sin demasiado éxito. La megafonía anunció algo que no entendimos y otra familia que pululaba por allí perdió los nervios obligando a los de seguridad a reducirla. Es complicado atemperar la ira indefinidamente.


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