Reseña publicada en Trabalibros (30-01-2020)
Ignorada en su presentación cuando no
maltratada por los círculos intelectuales de principios del siglo XX,
“Servidumbre humana” –como también sucedió con "Al filo de la navaja"-
se ha convertido en un best seller de
exquisita calidad literaria firmado por un autor que ya en aquel entonces era reconocido
y celebrado popularmente gracias a sus comedias, libretos teatrales y cuentos.
No se le perdonó al intruso que estas
dos novelas de estilo clásico, cronológico y lineal -y otras no tan redondas-
alcanzaran la excelencia y compitiesen en pie de igualdad con las de los
prebostes coetáneos (léase Virginia Woolf y el elitista grupo de Bloomsbury).
La aparente sencillez las hacía sospechosas desde un prisma clasista en lo
cultural.
No es de extrañar que poco después el
mismísimo George Orwell (uno de los padres de la novela de pensamiento) la reivindicase y recomendase pues se trata,
sin duda, de un texto rico, complejo (que no complicado), dialécticamente
contradictorio, muy ambicioso por abarcar y tocar muchos palos con rigor y
siempre de manera inteligente, crítica, rozando el saludable cinismo de quien
escribe desde la cicatriz riéndose de la herida. Una herida suya que termina
siendo la nuestra, nos guste o no.
De ahí el soberbio y contundente título
escogido que se codea sin rubor con los de “Crimen y castigo” de F. Dostoievski
o “Cien años de soledad” de García Márquez, por ejemplo, en el reducido olimpo
de los lemas que anuncian, prometen, explican y sintetizan con escasas y
certeras palabras el espíritu entero de la creación literaria y muy
posiblemente el de todos los individuos que pueblan este valle de lágrimas.
El lenguaje claro y directo, no
contaminado por las vanguardias experimentales de la época, límpido incluso en
los pasajes más turbios y dolorosos, atrapa desde el comienzo sin necesidad de
giros rocambolescos en las tramas ni efectos narrativos forzados ni trampas
sentimentales de folletín barato. Redactada en dos momentos vitales distintos -la
repelente juventud y la temprana madurez- se aprecian ambos registros en el
carácter de los personajes, en su evolución, en el cariño o la desidia con los
que son movidos, acorralados o salvados.
La puritana y rural campiña inglesa que
habita en la infancia el protagonista, Philip Carey, sin el arrope de una
familia estructurada –la madre fallece prematuramente privándole de su calor y
protección-; el estricto y hostil internado que lo coloca en la diana de la
crueldad por ser raro, sensible e
introvertido; la bohemia parisina a la que huye en pos de un brillante futuro
como pintor anhelando ilusamente que el desarraigo y la tara física -un pie
deforme de nacimiento- que tanto le lastra no condicionen su talento ni la
expresión de este; o la megalópolis imperial londinense donde consigue
centrarse, estudiar y ejercer como médico y donde asimismo se enamora
tóxicamente de una mujer manipuladora, vulgar y destructiva, son algunos de los
escenarios que sirven a la historia para abordar un sinnúmero de asuntos
controvertidos, triviales a veces, trascendentales la mayoría.
La opresión religiosa, el miedo heredado
a un dios castigador que no da tregua, la inasequible búsqueda de la razón pura
a través de la lectura, la educación castrante y de castas, el arte como vía de
escape o de frustración (las incipientes mercantilización y banalización de
este se vislumbran en el horizonte), el amor como tortura y redención en las
relaciones humanas, la culpa, el deseo esclavizador, la hipócrita moral social,
el devenir de las ilusiones en decepciones, el serpenteante camino hacia lo
correcto, la venganza estéril, el trato vejatorio y gratuito contra el débil,
la homosexualidad reprimida y estigmatizada, los atajos que desembocan en
callejones tapiados y las hostias existenciales que aun viéndolas venir no se
esquivan, la revolución científica en ciernes, la filosofía en cuanto a
contenido y continente del bípedo pensante, el ser y el sentir (asociados y
disociados), el querer vivir sin entender la vida, sin encontrarle sentido
porque quizá carezca de él y el tránsito por este mundo se resuma en una broma
cósmica o a lo sumo en una estafa biológica sin pliego de garantía para su
devolución o demanda.
En definitiva, una abertura en canal del
autor/narrador honesta y descarnada, objetiva en la medida en que eso resulta
imposible, que además cobra hechuras de ajuste de cuentas por el carácter autobiográfico
y la exposición catártica de sus íntimas cuitas por boca del álter ego ficticio
convenientemente distorsionado en lo formal, hermanado en el fondo.
Precursor del existencialismo que irrumpiría
con fuerza años más tarde de su publicación, "La náusea" de Sartre o
"El extranjero" de Camus mucho le deben a este libro que sin embargo
introduce a modo de colofón un final casi feliz comparado con las pedradas
previas, una victoria pírrica que consuela de los padecimientos, o mejor dicho,
una derrota aceptable basada en la asunción de las limitaciones de uno mismo y
de sus circunstancias. Atenuar el sufrimiento dejando de luchar contra él. Abajo
el telón. Aplausos. Resignación.
______
RqR Escritores
Servidumbre humana
W. Somerset Maugham
Ed. Debolsillo