El respeto y el actor | Autoficción | RqR Escritores


RqR Escritores Blog: el respeto y el actor
“He invertido mucho tiempo, esfuerzo y talento en quedarme solo, sin amigos, en ser pobre, en tener miedo, hambre y frío, en respetarme a fin de cuentas”.

Como actor jamás hice publicidad ni participé en series de televisión. No promocioné en programas ni emisoras de radio ni en performances circenses mis películas u obras de teatro, no acepté premios ni hablé bien de mis compañeros ni ejercí el corporativismo ciego. No interpreté personajes facilones o pueriles o sentimentaloides para hacer caja, no pegué el salto a Hollywood para meterme en la piel de macarras vestidos de Armani o de narcotraficantes con perilla y collares de oro alrededor de la polla. No me empeñé en producir mis propios proyectos ni contradije a los directores durante los rodajes, fui puntual y asumí los guiones sin cambiar una sola coma aunque ni me gustasen ni los entendiese. No canalicé el espíritu creativo ni me conecté con mi alma ni con mi esencia ni con su puta madre.

No acudí a fiestas de postín ni a orgías con menores ucranias. No consumí drogas a granel para crearme un aura de maldito, no aplaudí en los homenajes ni abanderé causas justas, no apoyé a políticos de mi cuerda, no pedí subvenciones ni lloré en público. No confesé mis intimidades en las revistas del ramo ni saqué tajada de mis desgracias. Leí sin ostentar ese hábito ni invitar a los demás a que lo practicasen. Mentí cuando y cuanto me apetecía, no frecuenté los ambientes del sector ni apadriné niños negros desnutridos en África. No inauguré restaurantes ni presté mi imagen para campañas de concienciación global. No posé con cara de gilipollas embutido en ropa de marca prestada ni recomendé que se condujera con prudencia. No grabé un disco aprovechando el tirón de la fama ni mendigué un trabajo. No me sometí a la humillación de un casting ni me peleé por aparecer el primero en los títulos de crédito. Jamás dejé que me entrevistaran ni que fotografiasen mi casa, mi familia, mis perros, mis gatos, mis cicatrices. No me operé la cara ni los glúteos, no me depilé el pecho ni serví copas en un bar para captar la energía intrínseca de un camarero de verdad. No me teñí las canas ni me corté el pelo según las modas. No firmé autógrafo alguno ni contratos confidenciales ni cameos ridículos en una saga galáctica ni llevé regalos en Navidad a los enfermos de cáncer ingresados en un hospital. No grité en las manifestaciones ni representé a mi país en certámenes internacionales. No agradecí mis logros a nadie, no enarbolé banderas ni saludé en varios idiomas para complacer a la estúpida audiencia. No me lie con mi pareja artística de turno ni vendí exclusivas ni compré una casa al borde del lago. No pagué a un escritor negro para que redactase mi autobiografía. Uso envases de plástico y no soy vegetariano ni vegano ni pansexual ni budista ni activista ni filántropo ni hermano de mis hermanos ni hijo de la Pacha Mama ni ciudadano del mundo. Me importa una mierda el mundo. Hui de los lugares comunes y de las frases hechas, de los estereotipos, de los arquetipos y de los consejos de gurús, adivinos, chamanes, teólogos, influencers, pastores de cabras, críticos, periodistas, tertulianos y coaches. Odié, envidié y maldije a diestro y siniestro.
Gracias a toda esta disciplina y fuerza de voluntad impenitente he conseguido convertirme en el cliché de lo que los anglosajones llaman un outsider, un marginado que no tiene donde caerse muerto. Quizá por eso he consentido que una gran plataforma digital lleve mi historia personal a la gran pantalla a cambio de una sustanciosa e indecente cantidad de dinero. El respeto, amigos.


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