Quedé con Julia donde hace solo veinte años había un Muro y una frontera, en Postdamer Platz, bajo la cúpula del Sony Center. Ella venía de visitar Gaza y Jerusalén y aunque yo ya había acabado mi reportaje sobre la inminente Berlinale, me quedé a esperarla. Su siguiente escala era la costa norirlandesa, el condado de Atrim. Quería conocer la titánica obra del gigante Finn y eso a mí me descabalaba los planes. Tenía que regresar a Madrid para currar en la entrega de los Goya. Un coñazo anual al que no debía faltar por razones estrictamente profesionales.
Mi
objetivo era hacerle unas fotos y aderezarlas con una breve entrevista sobre
sus viajes. Algo que curiosamente aún no había hecho nadie. El fuerte de Julia
es su forma de ser, su atractivo personal. Me estrechó la mano desenvuelta y no
se disculpó por su tardanza. Antes de pedir un té con limón, me preguntó de qué
iba a ir la próxima Berlinale. Tiene buena memoria. Cuando hablamos por
teléfono le comenté algo sobre el reportaje que estaba haciendo y no se había
olvidado. Le dije que de temas retrospectivos, históricos y documentales. La
crisis financiera y la caída del dichoso Muro acaparaban la agenda del Festival.
La
interrogué por su estancia en Oriente Medio y su gesto se transfiguró. Mi
curiosidad malogró su sugerente sonrisa, “Si no has estado
allí, si no has respirado ese ambiente, si no has tocado la miseria, nunca
comprenderás el crimen que están cometiendo con esa gente”. Hablamos de los
verdugos que un día fueron víctimas y de los inexorables poderes de la
simbología. Todo el mundo sabe, o debería saber, que los judíos representan el Holocausto.
Hablar de sus fechorías, es como blasfemar contra una entidad sagrada, “¿Tú nunca has tenido miedo de que te acusen
de ser antisemita?” Yo vivo de publicar y sé que hay cosas de las que es
mejor hablar como hablan los demás.
Esta vez me salté la norma. No tomé una posición razonablemente
equidistante ni saqué a relucir las coletillas pertinentes. Fui sincero y eso
le gustó. Julia recuperó su magnética sonrisa y aproveché para hacerle las
primeras instantáneas. Le incomoda posar pero es fotogénica, transmite naturalidad.
La última foto de la primera serie que le saqué, fue reflejándose en el agua de
la fuente que ideó Helmut Jahn. Necesitaba hacerle alguna foto más en otros
escenarios y le propuse caminar por Unter der Linden hasta la puerta
Brandeburgo. A Julia no le sedujo el plan y además estaba hambrienta. Su
necesidad me dio una idea. Se me ocurrió un peregrino leitmotiv para el
reportaje. Le propuse un juego que la ponía a prueba como aguerrida viajera. Le
pedí que se imaginase que le habían robado su mochila y que aunque no podía
pagarse ni una simple hamburguesa, tenía que comer en un restaurante chic. No
lejos de allí había un lugar frecuentado por actores, políticos, deportistas y
empresarios que era ideal para la ponerla a prueba. Julia no lo conocía. Quiso
saber en qué estaba especializado el chef y le dije que se le daba bien la
cocina francesa. Sonrío vacilona y me puso una inesperada condición, “Vale, pero si lo consigo luego tú harás lo
que yo te pida”.
Acepté el reto desconcertado, esperando que su capricho no
atentase contra las leyes del país. Nos fuimos directamente al restaurante y en
el camino le hice media docena de fotos. Julia, para darle enjundia a mi
ocurrencia, me aseguró que no pensaba ni camelarse al metre, ni fingir un
despiste, ni salir corriendo como una delincuente. Incluso me dijo que mi
reportaje sobre ella se explicaría con una sola fotografía, “No te hará falta sacarme más”.
De mutuo acuerdo entró en el lugar convenido antes de que yo
apareciese con su mochila y mi cámara de freelance. Me senté junto a uno de los
grandes ventanales que hay en el local, justo enfrente de su mesa. Allí no
podía apretar el disparador sin dar el cante. Ni siquiera lo intenté de
tapadillo. Julia eligió una crema de trufas negras y un pailard de ternera. Yo
unos boletus con azafrán y ragout con guisantes y menta. No sabía cómo pero estaba
seguro de que conseguiría salir de allí sin gastarse un euro, sin que yo
tuviese que invitarla para sacarla del apuro. Iba a hacerme cumplir mi palabra
y eso me sobreexcitaba. Tan ansioso estaba de conocer su deseo que se me
aflojaron los apetitos. Ni siquiera intentaba adivinar las artimañas que
emplearía para salir airosa del trance.
Se me hizo eterna la comida. En los postres Julia
se levantó y encaminándose a los lavabos me guiñó el ojo. Esa era la señal
convenida. Estaba pagando mi cuenta cuando regresó al comedor. Lo cruzó
pausadamente, en pelota picada y sonriendo amable a todos los que la
contemplaban. Tan ensimismado me quedé que no le hice la foto que me regalaba.
Un instante rotundo e irrepetible que daba sentido a un reportaje que no
publiqué. Julia ganó la apuesta y tuve que cumplir su deseo. Me pidió que le
comprase ropa nueva. Algo que nunca hubiese imaginado. Comió de balde y renovó
su vestuario. Todo por el mismo precio. Es una mujer apabullante, pero eso solo
lo comprendes si estrechas su mano, si respiras su perfume, si la conoces._________
MAF