
Reseña publicada en Trabalibros el 02/10/2019
Cuando el comisario Kostas Jaritos se
siente ofuscado o le atormenta la resolución de un caso no recurre a la
violencia ni se macera en alcohol ni presiona a sus colaboradores ni aprieta
las tuercas a los sospechosos ni se vale de los medios de comunicación para
avanzar en la investigación. Lejos de eso, prefiere tumbarse en la cama o
acomodarse en el sofá de su casa y consultar un diccionario antiguo, el Dimitrakos (casi un personaje más de las
novelas), y buscar en el significado de las palabras una pista, algo que
percuta en su cerebro y le ayude a deducir o asociar, a entender qué se le
escapa y qué le sobra, por dónde tirar, qué hacer a la mañana siguiente cuando
vuelva a su despacho de la Jefatura. Si eso no es toda una manifestación de
principios y una declaración de amor al lenguaje que baje Platón y lo vea.
Pero ese viejo diccionario ya está desfasado, no incluye voces de nuevo cuño ni incorpora neologismos. Y algunas de sus acepciones han perdido su uso o su precisión. Grecia, y el mundo, han cambiado desde que se compilara aquel léxico y quizá por eso le resulta complicado al veterano policía de homicidios comprender determinados aspectos de su país y de sus conciudadanos.
Petros Márkaris, el laureado y respetado
autor de esta exitosa saga de género negro, posee desde luego un estilo propio
literario muy reconocible y también un universo imaginario poblado de
personajes entrañables, entornos hostiles, refugios existenciales y hábitos
diarios que se repiten en las distintas entregas y que permiten contemplar el conjunto
de su obra como algo más que una sucesión de títulos. Ese empeño por retratar
desde la sencillez y el costumbrismo, mostrando y no juzgando, la historia
reciente de Grecia (del ocaso de la dictadura militar de los Coroneles hasta la
época actual con la llegada masiva de inmigrantes a la isla de Lesbos, haciendo
hincapié en la terrible crisis financiera y estructural de 2008 que tan
duramente golpeó al estado heleno) se asemeja al de Benito Pérez Galdós en los Episodios
nacionales, al de Cervantes en El Quijote y al de Marcel Proust con En busca
del tiempo perdido (salvando las distancias, los contextos y las odiosas
comparaciones).
Como escritor, Márkaris, apuesta por la
estrategia del jugador de fútbol que sin destacar en nada concreto se revela
sin embargo tremendamente eficaz e imprescindible para el equipo. No es un
virtuoso verborreico ni lo pretende, no apela a los efectos especiales para
impresionar al lector ni a las piruetas argumentales justificadas porque Deus ex machina, no se recrea en el
drama o en el dolor o el victimismo, no es un patriota de pancarta ni un
insoportable intelectual diletante, no lanza mensajes viscerales para arengar a
las masas y los instintos, sus protagonistas apenas disparan balas ni hablan
con frases lapidarias, no hay tramas inverosímiles ni héroes mitológicos. No da
lecciones, y para contener esa tentación debe ser uno muy sabio.
Tanto en Offshore como en las que la preceden y las que vendrán (que sean
muchas, esperemos) se aprecia y agradece esa coherencia narrativa y esa
normalidad tan lograda, tan limpia y realista. Ya se enfrente Jaritos a la
corrupción oficial, a la burocracia deshumanizada, a los políticos arribistas, a
las multinacionales depredadoras o a un asesino en serie que pasaba por allí sus
armas -sus herramientas mejor dicho- no varían. Tampoco sus anclajes y
afinidades, la familia en primera línea, los aforismos caseros de su esposa
Adrianí (su Sancho Panza particular), los sabrosos tomates rellenos de las
cenas en la cocina, el café negro y el cruasán en la cantina de la comisaría,
los sensatos consejos del anciano amigo comunista Zisis, la ilusión aún no
malograda de su hija Katerina, la complicidad a veces tensa con su jefe Guikas,
la sempiterna atascada ciudad de Atenas, el carácter mediterráneo y el
Dimitrakos, por supuesto.
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RqR Escritores
Offshore
Petros Márkaris
Editorial Tusquets