Doble pareja de ases y tontos | Artículo | RqR Escritores


En las timbas clandestinas ajenas al circuito reglado y oficial de los campeonatos televisados, donde no se ponen límites a las apuestas, las desesperaciones, los vicios ni a las endorfinas segregadas, el jugador experimentado de póquer procura no hacer trampas pero se esmera por que sus rivales crean que sí las está haciendo, y mal, cual advenedizo torpe y nervioso.



Si no sufre de tics involuntarios los improvisa, si hace falta perder las primeras manos con una reluciente escalera de color para granjearse la confianza del paleto de turno se excluye en el segundo envite con cara de miedo, si carece de compinche en la mesa engatusa con sus artes interpretativas al desconocido que esté a su lado para que sospeche de esas artimañas, se tira faroles cuando no debe, seca el sudor de la frente, pide un receso para descansar, finge llamar apurado por teléfono a un prestamista que le cubra el agujero y el disgusto que su nula pericia le han provocado, lamenta su mala racha, mira al techo, ruega por el perdón de su abuela, jura no volver a intentarlo si al menos consigue ligar un trío de damas para que su orgullo no se resienta más aún y cuando llega el momento definitivo limpia la mesa y trinca la pasta con una humilde pareja de cuatros, casi disculpándose, como si no se lo explicase.

Sin desprenderse de la máscara de su personaje dona a la banca una ficha de cien pavos y se despide educadamente, afirmando que es la primera vez que le ocurre algo así.


Esa clase de tahúr no depende del azar ni de la baraja recién estrenada porque en realidad solo juega con la estupidez de los demás. Ni siquiera en contra. Esa es la única trampa de la que se vale. Una trampa de caza y no de triquiñuela. El capitalismo económico y social también utiliza esa estrategia: se llama publicidad.

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