Desde el insomnio con amor y susto | Ensayo | María Alonso


Reparamos poco en las circunstancias en que una creación artística que nos conmueve ha sido elaborada, o se hace demasiado tarde o injustamente. Más bien pasamos por alto que su autor haya podido sufrir desvelos, penurias, preocupaciones, graves alteraciones psíquicas, insomnios pertinaces, o todos a la vez, antes de saber transformarlos en una invención más o menos genial a modo de sublimación y convertirlos, ya sea de forma consciente o inconsciente, en nuestro disfrute.

Cuando alguien habla de sus dificultades para dormir (no son escasos los trastornos asociados al sueño y sus nefastas repercusiones en la salud), recuerdo la leyenda sobre los hábitos del sueño del gran Leonardo da Vinci.
Estos consistían en hacer sueños de quince o veinte minutos cada cuatro horas y disponer del tiempo restante para ocuparse sin tregua de sus innumerables saberes. El sueño reducido, por tanto, sería una explicación plausible a su hiperactividad y a sus logros artísticos y de ingeniería. Aunque es difícil adaptarse al tipo de sueño polifásico, las investigaciones han demostrado que les funciona muy bien a algunas personas y que estos microsueños o siestas son alta y sorpresivamente reparadores pese a su brevedad.

La resistencia al sueño de Kafka articulada en su prosa ha dado igualmente pie a estudios médicos que relacionan su genialidad literaria con los límites del cansancio, los ensueños, los sueños lúcidos y el insomnio, concebido este por el autor como aliado de su creación y enemigo, no obstante, de su salud. En Cartas a Milena: "Le diré que desde hace quince días padezco de un creciente insomnio. No lo tomo a la tremenda; estas rachas van y vienen y siempre tienen sus causas. Pero es cierto que los períodos de insomnio lo vuelven a uno pesado como un tronco, y al mismo tiempo, inquieto como una bestia salvaje". Y lo explica, además, así: "Mi insomnio solo oculta un gran temor a la muerte. Tal vez temo que mi alma, que cuando duermo me abandona, no pueda regresar al despertar".

Es posible que temamos, cuales Gregor Samsa, despertar una mañana convertidos en un monstruo y de ahí unas fructuosas noches en vela, pero el común de los mortales, sin embargo, no transforma la vigilia en otra cosa que no sea cansancio del día siguiente, irritabilidad, rumiación, ansiedad, depresión, queja o blablablá (no es rara la constante y ampulosa exhibición del "no he pegado el ojo en toda la noche" como si de una proeza se tratara).

Preconcebido culturalmente el patrón de sueño ideal de ocho horas diarias, por un lado, el sentimiento culposo si no seguimos ese modelo 'a pies juntillas', por otro, y la habilidad para soslayar que este síntoma nos habla de lo más íntimo y que somos responsables de escucharlo, con o sin ayuda de un facultativo, solemos erróneamente sumergirnos en un círculo vicioso de malestar atribuido a no se sabe qué: la época, la sociedad, el estrés..., sin querer dar cuenta de nuestros porqués. Mucho mejor narcotizarnos.

Por fortuna, habrá insomnes que se consideren privilegiados y hagan de ello un gozoso y noctámbulo crear o que correspondan con un dichoso o angustioso desvelo ante una producción artística deleitosa. Se podría decir, entonces, que el secreto del insomnio y del despertar quizá consista en poder permitírnoslos, en acatar sus particularidades y su finalidad, en conocer nuestra propia singularidad. Y sí, asusta

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María Alonso

  


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