
Transcurrida una hora y media allí seguían, entre las plantas 22ª y 23ª. Nadie acudió a evacuarlos ni tampoco contestaban a sus repetidos y cada vez más irritados reclamos. Sin cobertura de voz y datos dentro del habitáculo los teléfonos móviles servían de bien poco en aquella comprometida situación.
Antonia llevaba en el bolso una botella de vino, un Ribera del Duero de 2004, reservado inicialmente a sus anfitriones en el edificio. La cena ya se habría echado a perder, llegaba de por sí muy justa de tiempo y ni siquiera era posible avisarlos para disculparse y decirles que se encontraba a escasos metros de ellos.
Visto en percal y presa de la impotencia decidió descorchar el caldo con la colaboración del mozo de mantenimiento que por suerte contaba entre sus herramientas con una barrena muy parecida a un sacacorchos. Convidó cortésmente a sus acompañantes que aceptaron gustosos el ofrecimiento aun cuando deberían beber a morro el preciado néctar.
Superada la fase de estupor y cabreo, cansados de permanecer de pie, los tres se acomodaron sobre el suelo del ascensor. Cuatro horas (y las que restasen hasta salir) de charla y bebercio dieron para contarse sus respectivas historias con cierto y espontáneo desparpajo, amparados en la extrañeza mutua y en que probablemente jamás se cruzarían de nuevo y menos en un contexto similar.
Antonia reconoció jocosa que odiaba al matrimonio que la había invitado esa noche, sobre todo a ella, a la esposa, que le robó al amor de su vida con malas artes y ahora, lustros después, pretendía limpiar su conciencia y aliviar la culpabilidad mostrándose encantadora y fingidamente liberal con la exnovia de su marido.
—Quizá esta velada hubiera acabado en trío—, confesó Antonia algo pudorosa pero animada por los efluvios alcohólicos
—En trío ha terminado, efectivamente—, precisó el anciano socarrón guiñando con ternura un ojo a Antonia y al mozo.
Ante la incuestionable evidencia soltaron una carcajada al unísono y brindaron imaginariamente con el vidrio vacío en medio.
—¡Por los tríos!
Sin previo aviso el ascensor recuperó la funcionalidad y el panel de botones parpadeó. Los tres se incorporaron aturdidos y Antonia se adelantó a pulsar el del piso 25º, su destino original fallido, aunque en el último instante prefirió cambiar de idea y accionó el del semisótano, donde al parecer el mozo guardaba su bodega clandestina
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