
Tal vez se amparan en una amistad compartida o en el mucho aprecio que te
tienen, desde luego que te consideran una persona íntegra, al fin y al cabo
respondes al ideal de contenedor de secretos.
Es entonces cuando halagan tu supuesta discreción, tu buena memoria y, de paso, te secuestran junto al secreto entregado. Además, para asegurarse, siempre nombran explícitamente que lo que acaban de confesar es un secreto sagrado y que no has de revelarlo a nadie. Como si no hubiera ya suficientes pruebas inequívocas de que el ser humano no es libre para elegir, ahora, ni siquiera de qué se quiere ser rehén.
Es entonces cuando halagan tu supuesta discreción, tu buena memoria y, de paso, te secuestran junto al secreto entregado. Además, para asegurarse, siempre nombran explícitamente que lo que acaban de confesar es un secreto sagrado y que no has de revelarlo a nadie. Como si no hubiera ya suficientes pruebas inequívocas de que el ser humano no es libre para elegir, ahora, ni siquiera de qué se quiere ser rehén.
Callan y no dejan de decir, necesitan,
estos también, la garantía de que su mensaje llega al receptor adecuado.
Colocados en el lugar de objeto, papelera de reciclaje de los contadores de secretos, la salida sería vaciarla sin titubeos y deleitarse con el chasquido sonoro correspondiente, devenir en un secretario desmemoriado. O, quizá, dar testimonio como un fiel escribiente, a fin de cuentas, ambos tienen demasiadas cosas en común.
Colocados en el lugar de objeto, papelera de reciclaje de los contadores de secretos, la salida sería vaciarla sin titubeos y deleitarse con el chasquido sonoro correspondiente, devenir en un secretario desmemoriado. O, quizá, dar testimonio como un fiel escribiente, a fin de cuentas, ambos tienen demasiadas cosas en común.
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Ángeles M.